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lunes, 12 de julio de 2010

LUNES XV DEL TIEMPO ORDINARIO. Ciclo C.


MisaLECTURAS DE LA LITURGIA
PRIMERA LECTURA: Isaías 1, 10-17
"Lavaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones"
Oíd la palabra del Señor, príncipes de Sodoma; escucha la enseñanza de nuestro Dios, pueblo de Gomorra: "¿Qué me importa el número de vuestros sacrificios? -dice el Señor-. Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de cebones; la sangre de toros, corderos y chivos no me agrada. ¿Por qué entráis a visitarme? ¿Quién pide algo de vuestras manos cuando pisáis mis atrios? No me traigáis más dones vacíos, más incienso execrable. Novilunios, sábados, asambleas, no los aguanto. Vuestras solemnidades y fiestas las detesto; se me han vuelto una carga que no soporto más. Cuando extendéis las manos, cierro los ojos; aunque multipliquéis las plegarias, no os escucharé. Vuestras manos están llenas de sangre.
Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda."
SALMO RESPONSORIAL: 49
"Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios"
"No te reprocho tus sacrificios, pues siempre están tus holocaustos ante mí.
Pero no aceptaré un becerro de tu casa, ni un cabrito de tus rebaños." R.
"¿Por qué recitas mis preceptos y tienes siempre en la boca mi alianza,
tú que detestas mi enseñanza y te echas a la espalda mis mandatos?" R.
"Esto haces, ¿y me voy a callar? ¿Crees que soy como tú? Te acusaré, te lo echaré en cara.
El que me ofrece acción de gracias, ése me honra; al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios." R.
EVANGELIO: Mateo 10, 34-11, 1
"No he venido a sembrar paz, sino espadas"
En aquel tiempo dijo Jesús a sus apóstoles: "No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz: no he venido a sembrar paz, sino espadas. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa.
El que quiera a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará. El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá paga de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro".
Cuando Jesús acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades.
REFLEXIÓN BÍBLICA
“No he venido a traer la paz, sino la espada”
Mt 10, 34-11,1
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
1.       NO VINE A TRAER LA PAZ, SINO LA ESPADA.
Jesús dijo a sus apóstoles: No piensen que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la espada.
En la literatura profética, el Mesías, lo había de poner todo en orden y paz. El Mesías era llamado también la Paz. Jesús Mesías comienza rectificando este concepto mesiánico, sin embargo él dice que vino a traer la paz, sino la espada. No es que el Príncipe de la Paz (Is 9:5) no venga a traer la paz, sino que, por su doctrina aquí la espada, va a ser ocasión de que con relación a El haya hostilidades. No en vano es un signo de contradicción (Lc 2:34). Y estas oposiciones van a llegar a ser dentro del mismo hogar.
2.       ¿CONTRA QUE VA UTILIZAR LA ESPADA?,
Entonces nos preguntamos: ¿Contra que va utilizar la espada?, ¿si somos seguidores de Cristo, contra que la usaríamos nosotros?, la expresión de Jesús nos estremece, nos conmueve y nos altera, nos impresiona, y no es para menos, porque tenemos que declararnos combatientes contra esa espada sabiendo que será vencedora. En efecto, la espada viene a liquidar la vanidad, viene destruir el egoísmo, la soberbia se rinde ante su filo, y su energía nos mueve a salir de la pereza y la comodidad que nos hace vivir nuestra fe en una paz que no es tal, sino que despreocupación y desidia de nuestra tarea como apóstoles.
3.       NOS ENFRENTAREMOS A ESA ESPADA
Jesús nos estremece la conciencia, y nos despierta, y nos hace ver que si no abandonamos los vicios de esta sociedad y no vivimos de acuerdo a los principios que nos enseñan los evangelios, no tendremos paz, ni en nuestras conciencias ni en nuestra vida, y nos enfrentaremos a esa espada, en cambio por el camino por todos conocidos, la actitud bondadosa, justa, amable, cariñosa, de palabras dulces, la vida en rectitud, la sonrisa honesta, envaina cualquier espada.
4.       HE VENIDO A ENFRENTAR AL HIJO CON SU PADRE
Luego Jesús nos dice: Porque he venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre y a la nuera con su suegra; y así, el hombre tendrá como enemigos a los de su propia casa. Nuevamente nos asombramos ante esta frase, pero es absolutamente cierto, encontramos muchas veces que no vivimos la fe de la misma forma en nuestra familia, y eso no produce dolor, discusiones que dividen, el esposo que no acompaña a su mujer en la fe, los hijos que no entienden la fe de sus padres o el padre que no acepta a la hija que opta por seguir a Cristo, pero nada de esto ocurriría o al menos se mitigaría, si vivimos siendo y pareciendo cristianos, no a medias tintas, porque lo que decimos debemos hacerlo, así nos ganaremos el respeto y la comprensión en la familia, y si optamos por seguir a Cristo, tiene que ser plenamente como cristiano y sin acomodar nuestra fe a nuestros intereses.
5.       EL QUE AMA A SU PADRE O A SU MADRE MÁS QUE A MÍ
Buena oportunidad para recordar unas palabras del Señor: Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica (Lc. 8, 21). En efecto la Palabra de Dios nos une, nos hace una gran familia, y los que se resisten a ella así mismo, se disgregan y se separan de quien la sigue.
Dice nuestro amado Jesús: El que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí.
Ante esta lucha de la estirpe y familia en torno a Jesús, ¿qué hacer? ¿Dejarlo todo por El? Jesús, que exige un amor supremo a El sobre todas las cosas, proclama su misma divinidad, ya que los valores que exige sacrificar son de ley natural. Sólo está por encima de estos valores el amor de Dios.
6.       PORQUE QUIEN AMA A DIOS, AMA LOS HOMBRES.
Amar a Dios por sobre todas las cosas, y muy por encima del amor a cualquiera de sus criaturas, por sobre el amor a nuestros seres más queridos, y por supuesto, más que a uno mismo, y en esto consiste el Primer Mandamiento, y no es para que no amemos a nuestra familia, significa que el amor a Dios viene antes que el amor a cualquier persona, porque quien ama a Dios, ama los hombres.
7.       EL QUE NO TOMA SU CRUZ Y ME SIGUE NO ES DIGNO DE MÍ.
Y este amor exige aún más, así es como luego el Señor nos dice; El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí. Es una imagen dolorosa la de la cruz, pero Jesús la exige para ser dignos de EL y, además debemos llevarla detrás de EL. ¿Somos o no somos verdaderos discípulos de Jesús?, tomar la cruz o cargar con ella, quiere expresar que el verdadero discípulo de Jesús debe estar siempre y en todo lugar dispuesto a llevarla, esto es, con todas las privaciones de las comodidades, con sufrimiento frente a los ataques de los irreverentes al Señor, con humillaciones, pero todo esto antes de quebrantar nuestra fidelidad al Señor.
No deja de ser menos cierto, que esta frase nos cala muy hondo, y por el amor a el nos emociona, seguir a Cristo con la cruz, ir tras El, es imitar todos y cada uno de sus ejemplos, es hacer un vida copiada de el en la nuestra, vivir absolutamente de su espíritu, entonces ahora nos explicamos porque debemos renunciar a tantas ataduras, a la familia misma, a la vida si es preciso, para que sea Dios quien viva en uno.
8.       EL QUE PIERDA SU VIDA POR MÍ LA ENCONTRARÁ
Nuestro amado Jesús, nos hace un contraste, El que encuentre su vida la perderá; y el que pierda su vida por mí la encontrará Perder la primera por El, es asegurar la segunda, ya que el alma no pueden matarla. La frase, esta empapada de un profundo sentido nuevo por Jesús, la vida verdadera en la resurrección, no se trata de decir que no interesa el cuerpo, sino destacar bien que Dios tiene el pleno dominio y destino del hombre en su totalidad.
9.       EL QUE LOS RECIBE A USTEDES ME RECIBE A MÍ
El Señor, nos hace ahora, una nueva consideración, y anuncia el premio que tendrán los que los que reciban a sus apóstoles. El que los recibe a ustedes me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a aquel que me envió. No se trata de una simple hospitalidad, sino de la hospitalidad de que se reciben como apóstoles de Jesús. Así, para mejor comprensión, Jesús nos ilustra con algunos ejemplos, El que recibe a un profeta por ser profeta tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo tendrá la recompensa de un justo, es decir, en cuanto se refleja a Dios en el justo, tendrá el premio correspondiente o el que corresponde al mismo profeta o justo. El que recibe al profeta como profeta, tendrá recompensa de profeta. Tiene además el paralelo de las palabras de Jesús a los que ejercitaron obras de misericordia: Cuanto hicisteis a uno de mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis (Mt 25:40.45).
10.   LES ASEGURO QUE CUALQUIERA QUE DÉ A BEBER
Les aseguro que cualquiera que dé a beber, - la enseñanza se destaca completa, utilizando para ello un servicio mínimo que se haga al apóstol - aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo no quedará sin recompensa. Estos pequeños a quienes se supone hacer el beneficio, si en otro contexto pueden significar niños u otra clase de personas, en éste se refiere a los apóstoles.
La paz del Señor sea en su alma
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

PARA LA LECTIO DIVINA 
AMAR ES UNA ACCIÓN MUY CONCRETA
Dios nos toma en serio. Así ha sido desde el primer instante en que quiso que fuéramos seres libres. Por eso no puede estar de acuerdo cuando reducimos nuestra relación con él a una serie de conveniencias. Si obramos de este modo no le engañamos a él, sino a nosotros mismos. Creer en Dios, es decir, recibir el don de la fe que él mismo nos ofrece gratuitamente, es una cuestión de corazón. No es posible comprometernos con él sólo de fachada o en momentos alternos. Dios nos ama antes y a jornada completa, y nosotros, sabiéndonos amados (que es, por tanto, el vértice de todo deseo), ¿qué otra cosa podemos hacer sino amarlo a nuestra vez?
Amar es una acción muy concreta. Amar a Dios, sin embargo, no es una cuestión limitada a impulsos interiores: incluye amar al hermano, a la hermana; amarlos en su carácter concreto, en la necesidad en que se encuentran. Hacerles el bien puede traducirse en grandes gestos y, con mayor probabilidad, en gestos cotidianos, esos que demasiadas veces definimos como «pequeños», damos por descontado y no vivimos con atención y ternura. A menudo son precisamente esos gestos, triviales en apariencia, los que más nos cuesta realizar con amor, especialmente con las personas difíciles o simplemente desagradables.
Si nos quedamos encerrados en nosotros mismos, con nuestra presunción de santidad, porque quizás rezamos alguna oración y nos sentamos los domingos en primera fila en la iglesia, no encontraremos la vida y perderemos la recompensa. Sí la obtendrá, en cambio, quien sepa reconocer que sólo el Señor es Dios y que por amarnos tiene «derecho» a nuestro amor; ese Dios que es inmenso y que goza «escondiéndose» y haciéndose amar en los «pequeños».
ORACION
Gracias, Señor, por haberme llamado a caminar junto a ti, a ser tuyo. Reconozco que yo soy poca cosa, que me siento atraído aquí y allá, lejos de la Verdad que tú eres, por miedo a perder la seguridad de un afecto o incluso de la imagen que me he hecho de ti.
Gracias, Señor, por renovarme tu confianza llamándome a cambiar de vida: a pasar del formalismo a la autenticidad del amor a ti y al prójimo.
Concédeme el gusto de arriesgarme siguiendo tu Palabra, de atreverme a perder la vida haciendo el bien a los otros. Concédeme el valor de ofrecer el «vaso de agua» cotidiano al «pequeño» de turno. Concédeme saber reconocer que precisamente en él estás tú, mi infinita recompensa.

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