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domingo, 12 de septiembre de 2010

Domingo 24º del Tiempo Ordinario - Ciclo C

Misa y reflexiones

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Lecturas

Primera lectura
Lectura del libro del Éxodo (32,7-11.13-14):

En aquellos días, el Señor dijo a Moisés: «Anda, baja del monte, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han hecho un novillo de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman: "Éste es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto."»
Y el Señor añadió a Moisés: «Veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. Por eso, déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo.»
Entonces Moisés suplicó al Señor, su Dios: «¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto con gran poder y mano robusta? Acuérdate de tus siervos, Abrahán, Isaac e Israel, a quienes juraste por ti mismo, diciendo: "Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de que he hablado se la daré a vuestra descendencia para que la posea por siempre."» Y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo.

Palabra de Dios
 
Salmo
Sal 50,3-4.12-13.17.19

R/.
Me pondré en camino adonde está mi padre

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito, limpia mi pecado. R/.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R/.

Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias. R/.
 
Segunda lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo (1,12-17):

Doy gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio. Eso que yo antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero Dios tuvo compasión de mí, porque yo no era creyente y no sabía lo que hacía. El Señor derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor en Cristo Jesús. Podéis fiaros y aceptar sin reserva lo que os digo: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero. Y por eso se compadeció de mí: para que en mí, el primero, mostrara Cristo Jesús toda su paciencia, y pudiera ser modelo de todos los que creerán en él y tendrán vida eterna. Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Palabra de Dios
 
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Lucas (15,1-32):

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: «Ése acoge a los pecadores y come con ellos.»
Jesús les dijo esta parábola: «Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: "¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido." Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles: "iFelicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido." Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.»
También les dijo: «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte que me toca de la fortuna." El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba comer. Recapacitando entonces, se dijo: "Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros." Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo." Pero el padre dijo a sus criados: "Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebramos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado." Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: "Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud." Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: "Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tu bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado." El padre le dijo: "Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado."»

Palabra del Señor

Comentario al Evangelio

Fernando Torres Pérez cmf


Entre la idolatría y la compasión





      De tanto visitar museos y ver documentales o películas en televisión nos creemos que lo de los ídolos pertenece nada más a civilizaciones antiguas o a culturas premodernas, hombres y mujeres con taparrabos, armados con lanzas y mazas en escenarios exóticos. Como mucho nos vamos al tiempo de los romanos. Pero los ídolos han existido y existen.
      ¿Qué o quiénes son? Es sencillo: todo aquello que ponemos en el lugar de Dios sin ser Dios. Dejarse llevar por los ídolos, adorarlos, tiene un efecto curiosísimo: si el Dios de Jesús es el Dios de la libertad, el Dios que nos convoca a la vida y a la fraternidad, los ídolos nos terminan llevando exactamente a lo contrario. Exigen de tal manera nuestra adoración que nos convierten en esclavos suyos, perdemos la libertad y nos convertimos en una pura apariencia de aquello a lo que el Abbá de Jesús nos ha llamado a ser: personal libres, adultas, responsables, capaces de vivir y relacionarnos con los demás y con todo lo creado de una forma armoniosa y que lleve a toda la creación a su cumplimiento.
      Lo que pasa es que los ídolos de las películas, los documentales y los museos se identifican con facilidad y los que seguimos en nuestra vida a veces no son tan fáciles de poner el hombre adecuado. Pero, ¿no es un ídolo cuando una persona, hombre o mujer se entrega de tal modo a su trabajo que se olvida de las relaciones humanas, de su familia, de sus amigos? ¿No es un idólatra el que busca única y exclusivamente el éxito en su vida y para ello no duda en sacrificarlo todo?

El Dios que nos libera
      Podíamos seguir poniendo ejemplos. Pero no hay espacio. Basta con releer la primera lectura y darnos cuenta de que no sólo el pueblo de Israel en el desierto se fabricó un ídolo hecho de metal y lo adoró. También nosotros tenemos nuestros ídolos, los adoramos, sacrificamos en su altar demasiadas cosas y al final nos encontramos pobres, esclavos y habiendo perdido lo mejor de la vida: nuestra libertad. Y todo eso por habernos dejado llevar por los cantos de sirena de esos ídolos que nos prometían libertad, riqueza, prestigio, felicidad... pero que luego sus promesas se convierten en cenizas que nos manchan las manos y nos dejan hundidos en la miseria.
      El Dios de Jesús es liberador, nos ofrece la libertad liberándonos de nuestras más propias e íntimas esclavitudes. El Evangelio de hoy nos lo recuerda en esas tres parábolas que nos cuenta, dos breves –la oveja perdida y la moneda perdida– y una larga –la historia del hijo pródigo–. Pero no hay que olvidar el comienzo del relato. Jesús no hace sino responder a la acusación de los fariseos y escribas que le culpan de “acoger a los pecadores y comer con ellos.” ¡Claro! ¿Cómo podía Jesús actuar de otra manera?
      Su misión consistía básicamente en acoger a los pecadores, tratarlos como personas, devolverlos la confianza en sí mismos, hacer que se sintiesen amados por Dios, que experimentasen la misericordia inmensa de Dios, que la reconciliación llegase hasta lo más hondo de sus heridas, que descubriesen e identificasen a los ídolos que les habían llevado a esa postración. Jesús los acoge por la sencilla razón de que ellos, los pecadores, son la oveja y la moneda perdidas de Dios. Ellos son los que de una manera especial necesitan la cercanía y el cariño de Dios.

Por la compasión y la misericordia
      No hay pecado que se resista a ese amor de Dios. No hay vida, por depravada que sea, que no se pueda curar, reconciliar, reconstruir ante el bálsamo del amor, la misericordia y la compasión de Dios. Y si no lo creemos, ahí tenemos el ejemplo de Pablo en la segunda lectura. Dice de sí mismo que era un blasfemo, un perseguidor. Pero también está convencido de que Dios tuvo compasión de él. Y nos invita a fiarnos de él cuando nos dice que Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores. Lo dice con absoluta seguridad, porque se siente, por su historia, el primero de los pecadores. Pablo lo cuenta sin pudor porque para él es una forma de alabar y agradecer a Dios por el amor recibido.
      ¿Hemos experimentado ese amor y esa misericordia? La cuestión no es baladí porque sólo los que han experimentado la compasión de Dios podrán hacérsela llegar a los demás. Hoy somos nosotros los brazos y las manos de Dios para acoger a nuestros hermanos y hermanas. Hoy somos nosotros la lengua de Dios para comunicar al mundo que Dios no es Dios de muerte sino de vida, no de opresión sino de libertad, no de condenación sino de salvación. Ahí está nuestro compromiso. O, dicho de otra manera, nuestra forma de agradecer a Dios por el amor con que nos ha amado y nos ama cada día.

Liturgia Viva

Dios Se Alegra al Perdonar

Saludo (Ver Segunda Lectura)
Demos gracias al Padre
por medio de nuestro Señor Jesucristo,
porque nos ha dado fortaleza
y porque vino a perdonar nuestros pecados.
Que su misericordia y amor estén siempre con ustedes.

Introducción por el Celebrante
Cuando tú perdonas a alguien que te ha ofendido mucho, ¿cuánto te cuesta perdonar? ¿Lo haces a regañadientes, o bien con alegría? ¿Tienes el coraje de dar el primer paso para la reconciliación, o bien esperas a que el otro te pida humildemente perdón? El mensaje de hoy, a través de las parábolas de la oveja perdida y del hijo pródigo, es de gran alegría y paz: Dios es feliz perdonando a los pecadores. Los acoge y los abraza. Es lo que ha hecho con nosotros. ¿Cuántas veces? ¿No podemos hacer lo mismo nosotros, los unos con los otros?

Acto Penitencial
Demos gracias al Señor por las muchas veces
que nos ha perdonado nuestros pecados.
Pidámosle que nos perdone una vez más
y nos disponga a perdonarnos unos a otros.
(Pausa)
Señor Jesús, tú no esperaste
a que los pecadores vivieran a ti,
sino que fuiste a su encuentro:
R/ Señor, ten piedad de nosotros.

Cristo Jesús, es una alegría para ti
y para tu Padre en el cielo
perdonar de corazón al pecador arrepentido:
R/ Cristo, ten piedad de nosotros.

Señor Jesús, tú nos pides celebrar y regocijarnos contigo
cuando el perdón restaura a los hombres a la vida:
R/ Señor, ten piedad de nosotros.

Ten misericordia de nosotros, Señor,
y otórganos la alegría de tu reconciliación.
Disponnos a perdonar a otros con alegría
y llévanos a la vida eterna.

Oración Colecta
Oremos a nuestro Padre fiel,
que nos ama y nos espera siempre.
(Pausa)
Oh Dios, Padre nuestro, lleno de paciencia:
Tú sientes inmensa alegría
al perdonar al pecador arrepentido.
Incluso permitiste que tu Hijo entregara su vida
para traernos perdón y vida.
Dispón a aquellos a quienes hemos ofendido
a que nos perdonen;
y haz que nosotros también estemos siempre dispuestos
a perdonar de corazón, y sin arrepentirnos de ello,
a los que nos han ofendido.
Que seamos personas
que sepan perdonar y también aceptar el perdón
con la humildad y bondad que tú nos has manifestado
en Jesucristo nuestro Señor.

Primera Lectura (Ex 32,7-11.13-14): El Amor de Dios Es más Grande que Su Justicia
Dios había salvado a su pueblo; sin embargo, el mismo pueblo abandonó a Dios para adorar al becerro de oro. Moisés suplicó a Dios que perdonara a su pueblo.

Segunda Lectura (1 Tim 1,12-17): Cristo Me Ha Perdonado
Pablo es consciente de que es pecador. Pero encontró al Cristo que perdona. Lleno de gratitud alaba la grandeza y el amor de Dios.

Evangelio (Lc 15,1-32): Dios Se Alegra al Perdonar
Las bellas parábolas de este largo capítulo de Lucas tienen un punto central: Dios no se rinde en la búsqueda de los pecadores ni los abandona; sigue buscándolos y los acoge de nuevo con alegría.

Oración de los Fieles
Oremos al Señor nuestro Dios, que es paciente con los pecadores y rico en misericordia, y digámosle:
R/ Perdónanos, Señor, como nosotros perdonamos.
  • Para que la Iglesia de Dios lleve la Buena Noticia de reconciliación y de paz a todos los pueblos y a todos los hombres, roguemos al Señor:
  • Para que los fieles de todas las Iglesias cristianas se encuentren y acojan mutuamente con un espíritu de reconciliación y de amistad sinceras, roguemos al Señor:
  • Para que los discípulos de Cristo luchen contra todas las formas del mal y del pecado, pero, sin embargo, no condenen ni rechacen a los pecadores, roguemos al Señor:
  • Para que los sacerdotes sean ministros pacientes y misericordiosos del sacramento de la reconciliación, roguemos al Señor:
  • Para que en nuestros hogares cristianos los padres enseñen a sus hijos, de palabra y de obra, a ser personas que sepan perdonar y recibir el perdón con humildad y magnanimidad, roguemos al Señor:
  • Para que en nuestras comunidades cristianas los pecadores extraviados y desalentados encuentren al Dios misericordioso a través del perdón de sus hermanos y hermanas, roguemos al Señor:
Oh Dios, Padre nuestro, tu Hijo vino a buscar y salvar a los extraviados y perdidos. Ayúdanos a aceptar de todo corazón a los que han faltado, y a celebrar juntos la alegría de tu perdón, en Jesucristo nuestro Señor.

Oración sobre las Ofrendas
Señor Dios, Padre misericordioso:
Este pan y este vino sobre el altar son los signos con los que nos ofreces perdón y vida
por medio de tu Hijo Jesucristo.
Él está deseoso
de sentarse a la mesa eucarística
con pecadores como nosotros.
Haznos uno de mente y corazón
con él y unos con otros,
para que el pecado no nos aleje más
de ti, de nosotros mismos
y de nuestros hermanos y hermanas.
Y danos la gracia de acogernos mutuamente un día
en tu fiesta de alegría eterna,
por los siglos de los siglos.

Introducción a la Plegaria Eucarística
En el corazón de la Plegaria Eucarística proclamamos que Jesús derramó su sangre “para el perdón de los pecados”. Demos gracias al Padre por su misericordia.

Nota: Podemos usar hoy las Plegarias Eucarísticas I ó II para la Reconciliación.

Invitación al Padre Nuestro
El hijo pródigo se arrepintió y regresó a su padre.
Con las palabras de Jesús,
nosotros también pedimos a nuestro Padre del cielo
que perdone nuestros pecados
como nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
R/ Padre nuestro…

Saludo de Paz
La paz y reconciliación del Señor
esté siempre con ustedes.
R/ Y con tu espíritu.
Ofrezcámonos unos a otros el signo de paz,
para mostrar nuestra mutua aceptación y amistad.

Invitación a la Comunión
Éste es Jesucristo, el Cordero de Dios
que quita los pecados del mundo.
Él acogió a pecadores y comió con ellos.
Dichosos nosotros,
invitados ahora a participar en su banquete.
R/ Señor, no soy digno…

Oración después de la Comunión
Señor Dios, Padre de todos nosotros:
Acepta nuestra acción de gracias
porque la gracia y el amor
que nos ofreces en Jesús, tu Hijo,
son siempre mayores que nuestros pecados.
Que, en gratitud por tu perdón misericordioso,
llevemos a cabo con alegría
la misión de reconciliación que tú nos confías.
Ojalá experimentemos la alegría de perdonar
por medio de aquel que es nuestra vida y reconciliación:
Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor.

Bendición
Hermanos: Sabemos por experiencia que una de las cosas más difíciles en la vida es perdonar plenamente y sin arrepentirnos de ello.
¡Cuánto más felices serían nuestras comunidades si pudiéramos poner a un lado nuestra soberbia herida y perdonarnos unos a otros de todo corazón, y si pudiéramos también dar lugar y nuevas oportunidades a los hermanos alejados y extraviados! Que ojalá sea así nuestra comunidad; una comunidad de aceptación mutua, amistad, fraternidad y reconciliación.
Para ello, que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nosotros y nos acompañe siempre.

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