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lunes, 13 de septiembre de 2010

Lunes de la 24ª semana del Tiempo Ordinario


Lecturas


Primera lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (11,17-26.33):

Al recomendaros esto, no puedo aprobar que vuestras reuniones causen más daño que provecho. En primer lugar, he oído que cuando se reúne vuestra Iglesia os dividís en bandos; y en parte lo creo, porque hasta partidos tiene que haber entre vosotros, para que se vea quiénes resisten a la prueba. Así, cuando os reunís en comunidad, os resulta imposible comer la cena del Señor, pues cada uno se adelanta a comerse su propia cena y, mientras uno pasa hambre, el otro está borracho. ¿No tenéis casas donde comer y beber? ¿O tenéis en tan poco a la Iglesia de Dios que humilláis a los pobres? ¿Qué queréis que os diga? ¿Que os apruebe? En esto no os apruebo. Porque yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.» Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía.» Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva. Así que, hermanos míos, cuando os reunís para comer, esperaos unos a otros

Palabra de Dios
 
Salmo
Sal 39,7-8a.8b-9.10.17

R/.
Proclamad la muerte del Señor, hasta que vuelva

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio,
entonces yo digo: «Aquí estoy.» R/.

«Como está escrito en mi libro
para hacer tu voluntad.»
Dios mío, lo quiero,
y llevo tu ley en las entrañas. R/.

He proclamado tu salvación
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios:
Señor, tú lo sabes. R/.

Alégrense y gocen contigo
todos los que te buscan;
digan siempre: «Grande es el Señor»
los que desean tu salvación. R/.
 
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Lucas (7,1-10):

En aquel tiempo, cuando terminó Jesús de hablar a la gente, entró en Cafarnaún. Un centurión tenía enfermo, a punto de morir, a un criado a quien estimaba mucho. Al oír hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos, para rogarle que fuera a curar a su criado. Ellos, presentándose a Jesús, le rogaban encarecidamente: «Merece que se lo concedas, porque tiene afecto a nuestro pueblo y nos ha construido la sinagoga.»
Jesús se fue con ellos. No estaba lejos de la casa, cuando el centurión le envió unos amigos a decirle: «Señor, no te molestes; no soy yo quién para que entres bajo mi techo; por eso tampoco me creí digno de venir personalmente. Dilo de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes, y le digo a uno: "Ve", y va; al otro: "Ven", y viene; y a mi criado: "Haz esto", y lo hace.»
Al oír esto, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la gente que lo seguía, dijo: «Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe.» Y al volver a casa, los enviados encontraron al siervo sano.

Palabra del Señor

Comentario al Evangelio

Conrado Bueno, cmf
¿Tengo necesidad de Dios?
El centurión romano

Jesús trata con especial afecto a los extranjeros, a las mujeres, a los paganos, a los publicanos; es decir, a esa gente que “el mundo” de entonces despreciaba.
Un centurión era un oficial del ejército de ocupación, que, mediante la represión, mantenía el orden; esto, en un pueblo nacionalista, cuando ya se alzaban voces de levantamiento contra los ocupantes; alzamiento que llegaría más tarde, y que fue sofocado en sangre. Sin embargo, el centurión aparece como hombre bueno, les construye la sinagoga y admira a Jesús.
Cómo nos evoca esta escena el centurión, que al pie de la cruz, sobrecogido por la entereza de Jesús al morir, exclamó: “Verdaderamente, este era Hijo de Dios”.
Judíos y gentiles
Es fuerte el contraste entre los judíos y los paganos. En Israel no había encontrado una fe tan grande como la del pagano. Una vez más, Jesús subraya lo que en verdad importa: la fe del corazón más que la pertenencia al pueblo elegido.
Se sigue bien el proceso de la fe del centurión. Él es bueno, hace el bien, pero no basta. Desemboca en la fe en Jesús, lo acepta como salvador; salvación que se hace palpable en la curación del criado.
Podíamos señalar también el contraste con la actitud de la primitiva Iglesia de Corinto que corrompe lo más sagrado, la Eucaristía, según cuenta la primera lectura. En lugar de hacerla lugar de comunión fraterna, se convierte en lugar de división y abusos.
Tener necesidad de Dios
El centurión romano nos enseña que “necesitamos tener necesidad” de Dios. Cuando proclama: “Señor, no soy digno”, expresa su fe: “Confío en ti, te necesito, tú puedes curarlo, tú eres salvador”.
Es el poder de la oración confiada. Es creer en la fuerza de la palabra de Jesús. No pide para sí sino para el otro. ¿Todavía existe la polémica sobre la oración de petición? Claro que Dios conoce nuestras necesidades pero le gusta que se lo digamos. Lo hacía Jesús, y nos lo enseñaba a sus discípulos: “Rezad: Padre, danos hoy nuestro pan de cada día”.
En el momento sublime de la comunión, le copiamos al centurión sus palabras: “No soy digno de que entres en mi casa”. Pues si le copiamos sus palabras, imitemos su fe. Por cierto, ¿se admiraría también Jesús de nuestra fe o, más bien, tenemos una fe un tanto flojilla?

Liturgia Viva

LA MESA DE UNIDAD (Año II. 1 Cor 11:17.26, 33; Lc 7:1-10)
Introducción

Primera LecturaPablo hace una fuerte declaración contra los corintios por su división entre ricos y pobres durante la celebración eucarística.  Subyacente a esta reprimenda está el hecho de que los discípulos de Corinto actúan contra algo totalmente básico del cristianismo: el cuerpo eucarístico de Cristo edifica la Iglesia como su cuerpo eclesial. Si comen el único cuerpo de Cristo y comparten la misma copa de salvación, ellos deberían ser uno. Tienen que ser también el signo de la unidad de toda la humanidad en Cristo Jesús.

Evangelio.
    Hoy contemplamos la bella escena del oficial militar o centurión romano, quien, por medio de emisarios, pide a Jesús que cure a su esclavo. Él amaba al pueblo judío y tenía fe en Jesús, por lo que había oído acerca de él y de sus milagros. Y, algo insólito en un mundo de esclavitud, otra señal de su fe es que pidió por la curación de un esclavo. --- De él tomamos también las palabras que utilizamos en la celebración eucarística, en el momento de la comunión: que “no es digno de que Jesús vaya a su casa.”

Oración Colecta
Padre de bondad:
Tu maravilloso sueño y propósito es
unir a todos como hermanos en tu Hijo Jesús.
No permitas que tengamos mesas separadas
o reservas de mesa excluyentes
ni en la eucaristía
ni en la vida normal de nuestras comunidades.
Sea cual sea nuestra procedencia social,
ricos o pobres, santos o pecadores,
sanos y robustos o débiles y enfermos,
guárdanos siempre unidos en mutuo respeto y amor
en la Iglesia, único cuerpo místico de tu Hijo,
Jesucristo nuestro Señor.
Intenciones
  1. Para que, por fin, llegue el día en que todos los que creemos en Cristo podamos sentarnos a la misma mesa para partir el Pan vivo de Jesús, en la eucaristía, roguemos al Señor.
  2. Para que la eucaristía nos edifique como familia cristiana, como Iglesia, uniéndonos más como cuerpo de Cristo, en oración y acción de gracias a Dios, y en atención a nuestros hermanos, especialmente a los más pobres, débiles y necesitados,  roguemos al Señor.
  3. Para que la eucaristía vincule y una a toda la comunidad y nos lleve por el camino del sincero perdón, de la aceptación mutua y del compartir solidario, roguemos al Señor.
Oración sobre las Ofrendas
Señor Dios, Padre de todos:
Concédenos que este santo banquete festivo de la eucaristía
sea de verdad para nosotros la “Cena del Señor”,
en la que dejamos aparte nuestras peleas y diferencias,
no solo por un momento, sino olvidándolas definitivamente.
Que tu Hijo aquí presente en medio de nosotros
nos haga uno de mente y corazón como familia a quien tú amas
en Jesucristo nuestro Señor.

Oración después de la Comunión
Oh Dios, único Padre de todos:
En esta eucaristía
hemos gozado juntos de la hermandad
siendo todos uno, durante un rato,
sentados a la mesa de tu Hijo.
Te damos gracias por habernos hecho uno
aun permaneciendo diferentes a los demás,
cada uno con su propia identidad y carácter,
con sus cualidades propias
e incluso con sus faltas y defectos.
Gracias por liberarnos
de la monotonía de la  idéntica uniformidad.
Permítenos, pues, que te entonemos
una sinfonía viva compuesta de muchas voces
en gratitud y alabanza.
Y sigue nutriéndonos con el mismo pan,
unidos todos por la misma mente y el mismo corazón
de Jesucristo nuestro Señor.

Bendición
Hermanos: Es una verdadera vergüenza que hermanos que se encuentran en el Señor, escuchan su palabra, y se alimentan de la misma mesa con el mismo pan de la eucaristía estén divididos y fomenten discriminación y desintegración entre unos y otros.
Para permanecer siempre unidos en el mismo amor, que Dios, en su bondad, nos bendiga a todos, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y que esta bendición dure por siempre.

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