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viernes, 17 de septiembre de 2010

Viernes de la 24ª semana del Tiempo Ordinario. Ciclo C.


Misa
Lecturas

 
Primera lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (15,12-20):

Si anunciamos que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo es que dice alguno de vosotros que lo muertos no resucitan? Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y, si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación carece de sentido y vuestra fe lo mismo. Además, como testigos de Dios, resultamos unos embusteros, porque en nuestro testimonio le atribuimos falsamente haber resucitado a Cristo, cosa que no ha hecho, si es verdad que los muertos no resucitan. Porque, si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís con vuestros pecados; y los que murieron con Cristo se han perdido. Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados. ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos.

Palabra de Dios
 
Salmo
Sal 16,1.6-7.8.15

R/.
Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor

Señor, escucha mi apelación,
atiende a mis clamores,
presta oído a mi súplica,
que en mis labios no hay engaño. R/.

Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío;
inclina el oído y escucha mis palabras.
Muestra las maravillas de tu misericordia,
tú que salvas de los adversarios
a quien se refugia a tu derecha. R/.

Guárdame como a las niñas de tus ojos,
a la sombra de tus alas escóndeme.
Pero yo con mi apelación vengo a tu presencia,
y al despertar me saciaré de tu semblante. R/.
 
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Lucas (8,1-3):

En aquel tiempo, Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes.

Palabra del Señor

Comentario al Evangelio

Conrado Bueno, cmf
Mujeres en el Evangelio
El evangelio de hoy está lleno de mujeres. No, no vamos a hablar del sacerdocio femenino. Pero es saludable contemplar a Jesús rodeado de mujeres: algunas a las que había curado y “otras muchas” que le ayudaban.
Es cierto que por el evangelio desfilan muchas mujeres. Ana, la profetisa; la viuda de Caín, que recibe consuelo de Jesús: “Mujer, no llores”; la hemorroísa, llena de fe y tenacidad; la mujer del pueblo, que lanzó vivas al seno y a los pechos de la madre de Jesús; la samaritana, extranjera y pecadora; la viuda, que, en su monedita, entrega todo;  Marta y María, tan amigas y hospitalarias; la mujer adúltera     que recibe un mensaje recreador: “Yo no te condeno”. Y, por supuesto, las mujeres, valientes en el Calvario y apóstoles en la Resurrección.
No era fácil, entonces, esta relación con las mujeres. Una mujer estaba siempre subordinada al varón. Sus votos eran nulos si iban contra la voluntad del marido o del padre. Si hay un hijo, no heredará la mujer o hija del difunto. Estaban lejos del culto y la sinagoga: “Prefiero echar la ley a las llamas que enseñársela a una mujer”, clama un rabino extremista.

Dar los bienes, entregar la persona
Un grupo de mujeres sigue a Jesús. Antes han sido liberadas, sanadas, perdonadas. Y ellas corresponden, se van con él, y hasta le entregan sus bienes. Dios no pide obras para amar a los hombres, pero el amor de Dios aceptado siempre genera cosas buenas.
Jesús coloca a estas mujeres en la comunidad de los apóstoles. Con Jesús y los discípulos, se tornan misioneras: van caminando, van predicando el Reino de Dios.  Dos notas se subrayan: van en comunidad y viven de la limosna. Ligeros de equipaje y con mucha confianza.
Más tarde, lo dirá explícitamente San Pablo: “Ya no hay distinción de judío ni griego, ni siervo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo”.

La mujer en el Iglesia
La mujer es siempre símbolo de vida, su oficio es engendrar vida. Ordinariamente, vida humana. Y, aunque no sea madre biológicamente, los dones que Dios ha puesto en ella la constituyen sembradora de vida a su alrededor. “Vosotras, las mujeres, tenéis siempre como misión el amor a las fuentes de la vida. Reconciliad a los hombres con la vida” (Vat. II).
Este don nos ha de impulsar a agradecérselo al Creador. Algunos hablan de la necesidad de “feminizar” la historia de los hombres. Es decir, hacerla más vital, llenarla de ternura, colmarla de amor y misericordia. 
Y la mejor manera de agradecer a Dios este don es hacerlo fructificar. No nos metemos ahora con el sacerdocio de la mujer y otras zarandajas. Todo es más sencillo. La mujer ha de ser más reconocida en la Iglesia, hay que ofrecerle ámbitos más amplios de actuación, situaciones donde tomar decisiones importantes para la Iglesia. No basta con responder con los tópicos de siempre: Si la Virgen es la criatura más excelsa, ¿qué mayor reconocimiento de la mujer? O aquel que dice: “En la Iglesia no importa el poder sino el amor y el servicio”. Pues claro, pero esto también sirve para el varón. Y así podríamos seguir. Si las mujeres están hasta en círculos que siempre se creían exclusivos del varón, como la milicia, ¿cómo no creer en ella dentro de la Iglesia, Pueblo de Dios, Pueblo de iguales hijos de Dios?

Liturgia Viva

Introducción

Primera Lectura. Verdaderamente, Cristo vive. Resucitó. Y si resucitó, nosotros también resucitaremos con él. Las dos cosas van juntas. Sin la resurrección de Cristo y sin la nuestra, nuestra fe es vana y vacía.
Evangelio. Lucas es el evangelista que describe la contribución de las mujeres al apostolado de Jesús. Cristo las ha liberado de las alienaciones de la sociedad judía. Acompañaron a Jesús desde el comienzo de su ministerio y gozaron de una condición o posición no muy distanciada de la de los Doce; después de la resurrección, ellas fueron las primeras en proclamar que Cristo había resucitado. Juntamente con los Doce, son acompañantes o compañeras de Jesús mientras él va de pueblo en pueblo anunciando la Buena Noticia de salvación. Los compañeros participan también de la misma mesa.

Oración Colecta
Señor Dios nuestro:
Los hombres y mujeres, juntos,
son igualmente responsables
de la vida de fe de nuestras comunidades cristianas.
Igual que aquellas mujeres del evangelio
eran discípulas de Jesús
y compañeras suyas de camino,
que las mujeres de nuestras comunidades
tengan también hoy un papel importante
en la vida de la Iglesia
con su identidad y sus cualidades peculiares,
para que la misma Iglesia crezca
y su fe sea viva e imbuida de amor.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.

Intenciones

   1. Para que la contribución de las mujeres a la construcción de la comunidad de  la Iglesia sea apreciada tanto como la de los hombres, roguemos al Señor.
   2. Para que las mujeres en la Iglesia sigan enriqueciéndonos a todos con el calor de su ternura, amabilidad y con su entrega generosa, roguemos al Señor.
   3. Para que las mujeres en la Iglesia nos inspiren a todos por su sentido de acogida, por su fe y fidelidad, roguemos al Señor.

Oración sobre las Ofrendas
Señor y Dios nuestro:
Queremos ser compañeros de tu Hijo
que comparte su mesa con nosotros,
y con él y por él queremos llegar a ser
una sola mente y un solo corazón.
Que los padres y madres en nuestras familias
pongan a la disposición de sus hogares
sus dones de mente y corazón
y nutran a sus hijos con el alimento de la fe
y el calor del amor y la compasión.
Y que ayuden eficazmente a sus hijos
a vivir  como buenos cristianos,
muy cercanos a Jesucristo nuestro Señor.

Oración después de la Comunión
Señor Dios nuestro:
Hemos sido compañeros de tu Hijo
al comer de esta mesa eucarística.
Haznos también sus compañeros
en el viaje de la vida
para que podamos proclamar
a la gente que encontramos
la Buena Nueva del perdón y de la vida.
Y que atinemos a hacer de nuestras comunidades
auténticos signos y anticipo del Reino de Dios.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.

Bendición
Hermanos: Hemos escuchado en el evangelio que las mujeres que acompañaban a Jesús “le servían”. Jesús vivió entre nosotros “como quien sirve” Por eso nosotros, hombres y mujeres, debemos servir también, con él y como él, a todos nuestros hermanos.
Que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre nosotros y permanezca para siempre.


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