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sábado, 18 de septiembre de 2010

Sábado de la 24ª semana del Tiempo Ordinario


Misa



Lecturas

Primera lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (15,35-37.42-49):

Alguno preguntará: «¿Y cómo resucitan los muertos? ¿Qué clase de cuerpo traerán?» ¡Necio! Lo que tú siembras no recibe vida si antes no muere. Y, al sembrar, no siembras lo mismo que va a brotar después, sino un simple grano, de trigo, por ejemplo, o de otra planta. Igual pasa en la resurrección de los muertos: se siembra lo corruptible, resucita incorruptible; se siembra lo miserable, resucita glorioso; se siembra lo débil, resucita fuerte; se siembra un cuerpo animal, resucita cuerpo espiritual. Si hay cuerpo animal, lo hay también espiritual. En efecto, así es como dice la Escritura: «El primer hombre, Adán, fue un ser animado.» El último Adán, un espíritu que da vida. No es primero lo espiritual, sino lo animal. Lo espiritual viene después. El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo hombre es del cielo. Pues igual que el terreno son los hombres terrenos; igual que el celestial son los hombres celestiales. Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial.

Palabra de Dios
 
Salmo
Sal 55,10.11-12.13-14

R/.
Caminaré en presencia de Dios a la luz de la vida

Que retrocedan mis enemigos
cuando te invoco,
y así sabré que eres mi Dios. R/.

En Dios, cuya promesa alabo,
en el Señor, cuya promesa alabo,
en Dios confío y no temo;
¿qué podrá hacerme un hombre? R/.

Te debo, Dios mío, los votos que hice,
los cumpliré con acción de gracias;
porque libraste mi alma de la muerte,
mis pies de la caída;
para que camine en presencia de Dios
a la luz de la vida. R/.
 
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Lucas (8,4-15):

En aquel tiempo, se le juntaba a Jesús mucha gente y, al pasar por los pueblos, otros se iban añadiendo.
Entonces les dijo esta parábola: «Salió el sembrador a sembrar su semilla. Al sembrarla, algo cayó al borde del camino, lo pisaron, y los pájaros se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso y, al crecer, se secó por falta de humedad. Otro poco cayó entre zarzas, y las zarzas, creciendo al mismo tiempo, lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y, al crecer, dio fruto al ciento por uno.»
Dicho esto, exclamó: «El que tenga oídos para oír, que oiga.»
Entonces le preguntaron los discípulos: «¿Qué significa esa parábola?»
Él les respondió: «A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de Dios; a los demás, sólo en parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan. El sentido de la parábola es éste: La semilla es la palabra de Dios. Los del borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el diablo y se lleva la palabra de sus corazones, para que no crean y se salven. Los del terreno pedregoso son los que, al escucharla, reciben la palabra con alegría, pero no tienen raíz; son los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la prueba fallan. Lo que cayó entre zarzas son los que escuchan, pero, con los afanes y riquezas y placeres de la vida, se van ahogando y no maduran. Los de la tierra buena son los que con un corazón noble y generoso escuchan la palabra, la guardan y dan fruto perseverando.»

Palabra del Señor

Comentario al Evangelio 

Conrado Bueno, cmf
Bueno es el sembrador, buena la semilla


Parábola: voz, rostro, casa y camino

La parábola del sembrador es muy recurrente entre nosotros. A la vez, es de gran belleza literaria y lleva una carga profunda en su contenido. Hablar de la Palabra es hablar de los profetas y de Jesús, el Verbo, la gran Palabra de Dios.
Puede resultar sugerente, de entrada, lo que dibujó el mensaje del Sínodo sobre la Palabra. “La voz de la Palabra es la Revelación”: porque en el principio era la Palabra y la Palabra era Dios. “El rostro de la Palabra es Jesucristo”: Jesús es la Palabra en el tiempo y en el espacio. “La casa de la Palabra es la Iglesia”: en ella nos reunimos para escuchar, leer, meditar y orar la Palabra. “Los Caminos de la Palabra son la Misión”: sale del templo hacia los caminos del mundo, a las autopistas de la información.

Parábola del sembrador
Dios toma siempre la iniciativa. Dios habla, se revela, se comunica con el hombre, le descubre su misterio de amor. Es decir, lanza la semilla abundantemente. Lo hizo de mil maneras hasta que envió a su Hijo Jesucristo, constituido en epifanía, revelación y Palabra.  Y Dios habla para todos, a nadie le niega su voz, hace salir el sol sobre buenos y malos.
Al hombre le toca responder a tanta gracia. Dios habla pero no impone. Es el misterio grande de la libertad del hombre. Frente a la semilla de la Palabra, caben dos actitudes en el corazón humano: aceptar o cerrarse. Cerrarse es no producir fruto, olvidar, no hacer caso, vivir en la indiferencia, decir, en la práctica, “no me interesa”. Por el contrario, aceptar la Palabra significa abrirse desde la fe. Un fe amorosa en Dios que nos lleva, espontánea y alegremente, a que fructifique  tanto don sembrado en nosotros.
Ciertamente, pueden estar agazapados los obstáculos que impiden abrirse. En las imágenes de la parábola: los pájaros, las zarzas, el terreno pedregoso. Es decir: el maligno, nuestra vida frívola y superficial y los afanes y riquezas que nos ahogan. Cada uno ve, con sinceridad, donde tiene su costado vulnerable.

Si el corazón nos arde
Existe hoy una legítima preocupación por la Palabra de Dios, en su doble sentido. Preocupación que es interés por estudiar y conocer la palabra revelada por Dios que está escrita en la Biblia. Preocupación, en el sentido de cierta angustia por el escaso fruto que, con frecuencia, se recoge. Dios siembra buena semilla, tenemos constancia de la calidad del “producto” que la Iglesia ofrece a los hombres. Estamos seguros del sentido humanizador, de los valores del mensaje evangélico. Y, sin embargo, no llega, no cala, como quisiéramos. Es un motivo para estar vigilantes sobre los modos y estrategias de los que nos servimos para predicar el Evangelio.
Un signo de los tiempos es la vuelta de la Lectio Divina, también a los fieles seglares. Sólo escuchando y orando en el corazón esta palabra, podremos comunicarla con eficacia. No significa que dependa de nosotros. Nos basta con ser cauce fiel de la palabra que, a través de nosotros, Dios dirige a los hombres.
Ojalá que, cuando leamos la Escritura o participemos en la Misa del Domingo, sintamos la experiencia de los discípulos de Emaús. El Señor se sienta a nuestro lado, nos explica las Escrituras… y nuestro corazón arde.

Liturgia Viva

Introducción

Primera Lectura
. ¿Cómo resucitarán los muertos? La persona muere, pero muere como una semilla, y de esa semilla nace una nueva planta que se alza gloriosa.

Evangelio
.  Leemos hoy la versión de Lucas de la parábola de la semilla. En la intención original de Jesús la parábola describe el crecimiento difícil y progresivo del reino hasta su final cumplimiento, del cual habla también Pablo en la primera lectura. Lucas, en la explicación ya de la parábola, la aplica a la recepción de la palabra de Dios y a la vida de fe en el corazón de la gente.      Dios siembra la semilla, pero la gente la recibe de forma diferente,  y reacciona a ella de diversas maneras, ya que es difícil hacerla crecer y permanecer leal a ella en las humildes y a veces difíciles realidades de la vida diaria. ---¿Cómo crece y da fruto en nosotros la palabra de Dios?

Oración Colecta
Señor Dios nuestro:
Te damos gracias por hablarnos
la palabra de tu Hijo Jesucristo
y por sembrar en nuestras mentes y corazones
las semillas de la fe.
Abre nuestros oídos, día a día,
a la semilla de su palabra,
para que vaya creciendo en nosotros
con mezcla de dolor, esfuerzo y alegría.
Que la palabra arraigue cada vez más profundamente
en nuestros corazones
y dé frutos de justicia y amor,
hasta la segunda venida de Jesucristo,
Hijo tuyo y Señor nuestro,
por los siglos de los siglos.

Intenciones

1. Señor, da sabiduría y valor a todos los maestros y predicadores en la Iglesia, para que nos ayuden a entender tu palabra, y la proclamen como Buena Noticia de salvación; por eso te decimos: R/ Te rogamos, óyenos.

2. Señor, inspira con tu palabra a todos los poderosos de la tierra, para que aúnen fuerzas para llevar a todos paz duradera, alimento y dignidad humana; por eso te decimos: R/ Te rogamos, óyenos.

3. Señor, haz que seamos receptivos a tu palabra. Líbranos de la superficialidad y del miedo a perder  nuestras seguridades y certezas. Danos una nueva actitud para acoger tu mensaje, y para vivir con coherencia según lo que firmemente creemos; por eso te decimos: R/ Te rogamos, óyenos.

Oración sobre las Ofrendas
Señor Dios nuestro:
Acepta en este pan y este vino
nuestro anhelo de recibir a tu Hijo
y escuchar su palabra
con corazón noble y generoso.
Dánoslo como nuestro compañero de camino;
que él siga hablándonos
en la gente y en los acontecimientos de la vida.
Y que ojalá le acojamos gozosamente
y,  como consecuencia, demos rica cosecha de vida
que dure y se perpetúe
por los siglos de los siglos.

Oración después de la Comunión
Señor Dios nuestro:
Que nuestras palabras y obras
sean el eco del mensaje de tu Hijo
y nos llenen con su vida.
Haz nuestras palabras humanas dignas de fiar;
y que sirvan a la unidad y a la verdad.
Derrama sobre ellas tu compasión,
tu amor y tu alegría
para que nos den fuerza,
buena actitud y amistad,
por el poder de Jesucristo,
tu Palabra viva y Señor nuestro.
por los siglos de los siglos.

Bendición
Hermanos: Que la semilla de la palabra de Dios caiga en el buen terreno de nuestros anhelantes y receptivos corazones.
Y que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ustedes y les acompañe siempre.

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