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viernes, 20 de agosto de 2010

Viernes de la 20ª semana del Tiempo Ordinario. Ciclo C.


Misa
Primera lectura
Lectura de la profecía de Ezequiel (37,1-14):

En aquellos días, la mano del Señor se posó sobre mi y, con su Espíritu, el Señor me sacó y me colocó en medio de un valle todo lleno de huesos. Me hizo dar vueltas y vueltas en torno a ellos: eran innumerables sobre la superficie del valle y estaban completamente secos.
Me preguntó: «Hijo de Adán, ¿podrán revivir estos huesos?»
Yo respondí: «Señor, tú lo sabes.»
Él me dijo: «Pronuncia un oráculo sobre estos huesos y diles: "¡Huesos secos, escuchad la palabra del Señor! Así dice el Señor a estos huesos: Yo mismo traeré sobre vosotros espíritu, y viviréis. Pondré sobre vosotros tendones, haré crecer sobre vosotros carne, extenderé sobre vosotros piel, os infundiré espíritu, y viviréis. Y sabréis que yo soy el Señor."»
Y profeticé como me había ordenado y, a la voz de mi oráculo, hubo un estrépito, y los huesos se juntaron hueso con hueso. Me fijé en ellos: tenían encima tendones, la carne había crecido, y la piel los recubría; pero no tenían espíritu.
Entonces me dijo: «Conjura al espíritu, conjura, hijo de Adán, y di al espíritu: "Así lo dice el Señor: De los cuatro vientos ven, espíritu, y sopla sobre estos muertos para que vivan."»
Yo profeticé como me había ordenado; vino sobre ellos el espíritu, y revivieron y se pusieron en pie. Era una multitud innumerable.
Y me dijo: «Hijo de Adán, estos huesos son la entera casa de Israel, que dice: "Nuestros huesos están secos, nuestra esperanza ha perecido, estamos destrozados." Por eso, profetiza y diles: "Así dice el Señor: Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y, cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor. Os infundiré mi espíritu, y viviréis; os colocaré en vuestra tierra y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago."» Oráculo del Señor.

Palabra de Dios
Salmo
Sal 106,2-3.4-5.6-7.8-9

R/.
Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia

Que lo confiesen los redimidos por el Señor,

los que él rescató de la mano del enemigo,
los que reunió de todos los países:
norte y sur, oriente y occidente. R/.

Erraban por un desierto solitario,

no encontraban el camino de ciudad habitada;
pasaban hambre y sed,
se les iba agotando la vida. R/.

Pero gritaron al Señor en su angustia,

y los arrancó de la tribulación.
Los guió por un camino derecho,
para que llegaran a ciudad habitada. R/.

Den gracias al Señor por su misericordia,

por las maravillas que hace con los hombres.
Calmó el ansia de los sedientos,
y a los hambrientos los colmó de bienes. R/.
 
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (22,34-40):

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?»
Él le dijo: «"Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser." Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.»

Palabra del Señor
Pablo Largo
Este Natanael es un buen modelo de discípulo. Tiene sus prejuicios, como cualquier hijo de vecino. Probablemente no los ha sometido todos a un examen riguroso. De hecho, la pregunta “¿de Nazaret puede salir algo bueno?” casi parece una negación. Pero Natanael deja un resquicio a lo inverosímil, no vaya a abrirse paso la verdad justo por esa pequeña e improbable hendidura; hay que explorarlo todo, aun lo que, en mi mayor o menor mundo mental, parece poco menos que imposible, si no imposible del todo. Así que Natanael hace caso a Felipe (que es una figura importante en el cuarto evangelio) y se deja conducir por él.
El segundo paso de este camino de Natanael es una segunda pregunta. Esta no revela desconfianza, sino sorpresa. Jesús, que sabe lo que hay en los corazones de los hombres, los conoce también cuando se sientan o se levantan. Es probable que Natanael, sentado bajo la higuera, estuviera leyendo el Libro de la Ley, quizá algún pasaje de contenido mesiánico. Ahora, de golpe, el hombre que escrutaba las Escrituras se encuentra con ese Mesías que lo sabe todo “y lo enseñará todo” (Jn 4).
Ha bastado ese signo para que Natanael confiese que Jesús es el Hijo de Dios, el Rey de Israel. Quedan otros pasos que dar, porque la verdad de Jesús no se agota en esos títulos, que casi pertenecen a una cristología alta. Pero, en realidad, el nuevo discípulo sólo está al comienzo de una historia de revelaciones de la gloria de Jesús, que dilatarán y ahondarán su fe. Así va haciendo camino; así se va adentrando más y más en la verdad de Jesús, en su misterio insondable.
Un cordial saludo
EL GRAN MANDAMIENTO (Año II. Ez 37:1-14; Mt 22:34-40)

Introducción
Año II.
En un tiempo en que muchos están confusos e inciertos con respecto al futuro de la Iglesia, e incluso del mundo, la profecía de Ezequiel es alentadora. Dios puede reavivar a su pueblo, soplar su Espíritu sobre huesos secos para que vuelvan a tener vida. ¿Acaso no es la vida de Cristo y su Santo Espíritu de amor quienes pueden hacer que la Iglesia y el mundo afronten el futuro con nueva esperanza?
Evangelio
. En la Última Cena Jesús dijo: “En esto conocerán todos que ustedes son mis discípulos, en el amor que se tengan unos a otros.” Él está hablando no precisamente de cualquier clase de amor, sino del amor con que él mismo amó a sus discípulos, es decir, un amor que llega hasta el final, que no pone condiciones, que sacrifica todo si es necesario por los otros. Este es el amor calificado como “con todo el corazón, con toda el alma” y tan fuerte o más que el amor a sí mismo, del que habla el evangelio de hoy. Esta es una tremenda tarea para el cristiano; tarea que nunca acabará. ¿Es éste el tipo de amor que nos mueve?
Oración Colecta
Señor Dios, Padre amoroso:
Tú te has vinculado a nosotros
con lazos de amor
y, en tus misteriosos designios,
quisiste que este amor apareciera entre nosotros
en forma y figura humana
en Cristo Jesús, tu Hijo.
Por nuestra parte, queremos que nuestro amor,
aunque limitado y vacilante,
refleje un poco la grandeza
del amor con que tú nos amas
en Cristo Jesús, nuestro Señor.


Intenciones
- Para que la Iglesia, pueblo de Dios, no deje nunca de proclamar que el amor a Dios y al prójimo es el corazón del evangelio, y que nuestros hermanos son don valioso de Dios para nosotros, roguemos al Señor.
- Que los hombres y mujeres no pierdan sus corazones en el ambiente materialístico de hoy día con sistemas económicos de provecho, eficiencia, producción y competición, sino que sigan otorgando la máxima importancia a las relaciones humanas de amistad, respeto, justicia y solidaridad, roguemos al Señor.
- Para que en nuestras comunidades cristianas nos aupemos y apoyemos unos a otros en vez de derribarnos; que nos aceptemos mutuamente con confianza y afecto sincero, y caminemos juntos en amor y esperanza, roguemos al Señor.
Oración de la Ofrendas
Señor Dios, Padre amoroso:
Tu mismo amor se nos mostró en forma humana
en tu Hijo Jesucristo, Dios hecho hombre.
Que en esta eucaristía
eleve él nuestro amor humano a tu nivel divino,
para que entre nosotros
el amor no sea ya nunca más
un “deber u obligación”,
sino nuestra alegría y nuestra vida,
por causa de Jesucristo nuestro Señor.


Oración después de la Comunión
Señor Dios nuestro, Padre amoroso,
Todo amor digno de este nombre
comienza en ti, conduce a ti y acaba en ti.
Por el amor que nos has mostrado en tu Hijo Jesús,
convócanos a todos juntos
y que todo lo que hagamos
se convierta en un regalo y ofrenda
para ti y para los hermanos;
para que nuestro amor
sea más fuerte que la muerte
y así vivamos felices contigo para siempre,
por los siglos de los siglos.


Bendición
Hermanos: En esta eucaristía Jesús nos ha enardecido con su amor. Que su calor irradie en todos y cada uno de los que nos rodean.
Con la bendición de Dios todopoderoso, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

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